lunes, 12 de noviembre de 2007

Un Polo a tierra

por: Julián Fernández

Después del debate electoral donde se definió la estructura del poder local, se pueden extraer dos consecuencias ideológicas: la primera, un reverdecer de las maquinarias partidistas tradicionales incluyendo cualquiera de sus facciones uribistas y la segunda un triunfo pálido en las urnas del denominado Polo Democrático. Desde la perspectiva burocrática, el balance para esta fuerza política calificada como alternativa, no muestra una alta consolidación.


La que dejó como consecuencia el debate postelectoral es la búsqueda de identidad ideológica del Polo dentro de la cartografía política colombiana, pues el discurso oficial ha descalificado sus prácticas desde las alianzas o simpatías con grupos al margen de la ley. En un ejercicio de adoctrinamiento ideológico se pretende por parte del Gobierno crear un unanimismo conceptual sobre la forma de entender y practicar la política, creando acusaciones reales desde supuestos posibles, generando de esta manera una rotulación delictual sobre ciertos agentes. Lo cual no deja de ser una irresponsabilidad.

En este escenario, el Polo Democrático se debe presentar como una izquierda a la izquierda de las izquierdas (advierto que desde el punto de vista filosófico no se trata del problema complejo de los universales), construyendo distancias categoriales con ciertas formas de prácticas políticas calificadas tradicionalmente como de izquierda.

En la historia política de Colombia la izquierda (entendida como una crítica radical al estado de cosas) fue monopolizada por cierta lectura bárbara del marxismo donde se legitiman todas las formas de lucha para llegar al acceso del poder político. En este extremo de comprensión del fenómeno político otras formas de crítica se consideran revisionistas o pequeño burguesas, construyéndose así un esquematismo dogmático de exclusión donde las versiones de revisión crítica no violentas no tienen cabida.

La aceptación de límites al ejercicio del poder desde el respeto a los derechos fundamentales ha generado el descrédito de las prácticas políticas fundadas en el ejercicio irracional de la violencia. Lo anterior no implica una renuncia a las críticas al poder político, lo que descalifica es el cuestionamiento basado en el acto de barbarie en el cual priman las razones de hecho antes que los argumentos racionales. Los derechos fundamentales dejaron de ser expresión de intereses de clases burguesas para pasar a convertirse en un patrimonio de la humanidad, válidos de protegerse por si mismos independiente de su justificación ideológica.

Lo preocupante en la realidad ideológica colombiana es la ausencia de posibilidades para realizar una crítica al poder político, puesto que la estandarización del discurso oficial ha generado un unanismo ideológico en el cual toda forma de revisión crítica se rotula como aliada de intereses ilegítimos. La tarea política del Polo es presentarse como expresión racional moderna de una izquierda democrática donde se respete el discurso de los derechos fundamentales y en el cual la práctica política se realiza mediante procedimientos no violentos.

No se puede descalificar la izquierda debido a la práctica realizada por ciertos grupúsculos autocalificados como de izquierda en los cuales ha primado más la violencia que el respeto del sujeto. Cuando escribo estas líneas reposa en mis manos última obra política de Hannah Arendt titulada “Responsabilidad y Juicio” (Paidos, 2007) que versa sobre el mismo tema y merece otra columna especial. Esta obra puede servir como marco teórico para construir esquemas políticos críticos no fundados en la violencia.

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